Antes de visitar Copenhague, pensaba que me esperaba una capital bonita, bien cuidada y algo fría. Pero lo que me encontré fue mucho más. Es una ciudad que mezcla elegancia nórdica con alma alternativa, tradición real con vanguardia, y que te atrapa en cada esquina. Copenhague no es de esas ciudades que te apabullan, es de las que te susurran al oído: “tranquilo, quédate un poco más”.
Desde el primer paseo por sus canales, entendí que aquí la calidad de vida no es un eslogan, es una forma de existir. Todo parece funcionar sin esfuerzo: la gente pedalea en silencio, las fachadas lucen impecables, el diseño está hasta en las tapas de las alcantarillas. Pero sobre todo, Copenhague es un lugar para descubrir despacio. Y eso es justo lo que voy a contarte.
Nyhavn: El puerto colorido que define la postal de Dinamarca

Este fue mi primer contacto real con la ciudad. Nyhavn te recibe como un anfitrión entusiasta: casas de colores, terrazas llenas de vida y un canal por donde desfilan barquitos como si fueran parte de una coreografía. Es imposible no sacar la cámara, pero lo mejor es simplemente quedarse un rato mirando.
Pedí un smørrebrød en uno de los restaurantes del canal y me senté al borde del muelle con los pies colgando. En ese momento, supe que estaba en un sitio especial. Es cierto que hay turistas, pero también muchos locales que vienen a disfrutar del sol cuando asoma. Si puedes, haz el paseo en barco por los canales, sale desde aquí y te da una visión preciosa de la ciudad desde el agua.
La Sirenita y Kastellet: Entre cuentos y fortalezas

Confieso que iba con las expectativas muy bajas respecto a La Sirenita. Había leído que es pequeña, que decepciona… y bueno, sí, no es gigantesca. Pero hay algo en ese rincón que emociona. Tal vez sea la historia de Andersen, o el contraste con el entorno militar de Kastellet justo al lado.
Subí caminando por las murallas de la fortaleza en forma de estrella, rodeado de césped perfectamente cortado y casitas rojas. Desde arriba se ve el mar, la ciudad y una tranquilidad que invita a caminar sin rumbo. No es un sitio “wow”, pero es de esos lugares que te dejan con una sonrisa suave.
Castillo de Rosenborg: Joya real entre jardines mágicos

Llegar al castillo de Rosenborg fue como entrar en un cuento. Rodeado de jardines frondosos donde la gente hace picnic o lee libros sobre el césped, este castillo es pequeño, pero exquisito. Dentro se guardan las joyas de la corona danesa y salas llenas de detalles históricos.
Pero lo mejor, sinceramente, fue sentarme bajo un árbol con un café para ver la vida pasar. El parque Kongens Have que lo rodea es uno de los más bonitos que he visto en Europa. Si quieres entender el concepto de “hygge”, ese bienestar acogedor tan danés, aquí lo vas a sentir sin necesidad de explicaciones.
Torre Redonda y Biblioteca Real: Copenhague desde las alturas

La Rundetårn, o Torre Redonda, es una de esas rarezas que te encantan. Se sube por una rampa en espiral (sí, sin escalones) y al llegar arriba tienes una de las mejores vistas de la ciudad. No es un mirador clásico, es más bien una experiencia. Todo el lugar está lleno de historia astronómica, porque aquí estuvo uno de los primeros observatorios de Europa.
Muy cerca está la Biblioteca Real, también llamada “el diamante negro”, un edificio de arquitectura moderna que contrasta con la parte antigua. Me encantó el juego entre la tradición intelectual y el diseño contemporáneo. Es un rincón tranquilo donde puedes entrar a leer, tomar un café o simplemente admirar la estructura desde el exterior.
Christiania: Una ciudad libre dentro de la ciudad

Nada te prepara para Christiania. De repente pasas de la Dinamarca perfecta y ordenada a un mundo lleno de murales, casas construidas con materiales reciclados y ambiente bohemio. Aquí no hay marcas ni publicidad, solo arte urbano, puestos de comida, talleres artesanales y un espíritu libertario que flota en el aire.
Fui con algo de incertidumbre, pero la experiencia fue increíble. Me tomé una cerveza en un bar al aire libre mientras sonaba música en vivo. Es un lugar que invita a cuestionar la normalidad y, al mismo tiempo, a valorar la tolerancia de una ciudad que permite que este espacio exista.
Calle Strøget y el centro histórico: Compras, cafés y vida local

Strøget es una de las calles peatonales más largas de Europa y atraviesa el corazón del casco antiguo. Pero más allá de las tiendas, lo que me gustó fue el ambiente. Músicos callejeros, cafés con terrazas, gente local que va a trabajar en bici y turistas mezclados sin apuros.
Por las calles laterales descubrí pequeñas tiendas de diseño, panaderías con olor a canela, y uno que otro bar escondido. Es una zona perfecta para perderse sin mapa. En una de esas caminatas terminé en la Plaza del Ayuntamiento, donde probé un hot dog danés en un puesto callejero que me recomendaron. Delicioso.
Palacios de Amalienborg y Christiansborg: El alma monárquica danesa

Ver el cambio de guardia en Amalienborg es casi un ritual. La plaza es amplia y elegante, con la iglesia de mármol de fondo y los soldados desfilando con sus uniformes. Entré al museo del palacio y me sorprendió lo accesible y moderno que es todo, sin perder el respeto por la historia.
Christiansborg, en cambio, es más imponente. Subí a su torre gratuita y desde allí se ve toda la ciudad. Dentro, el Parlamento, la Corte Suprema y las salas de recepción reales te dan una idea de cómo se entrelazan la democracia y la monarquía en este país.
Jardines Tivoli: Diversión, luces y nostalgia escandinava

Tivoli es mucho más que un parque de atracciones. Es un universo encantado donde conviven montañas rusas antiguas con jardines iluminados, conciertos al aire libre, puestos de comida y una atmósfera que parece sacada de una película de Wes Anderson.
Fui al atardecer y me quedé hasta la noche. Las luces, la música y la mezcla de generaciones lo hacen mágico. Incluso si no te subes a ninguna atracción, solo pasear por allí ya vale cada corona. Es un imprescindible, sobre todo si viajas en pareja o con niños.
Refshaleøen y Papirøen: Copenhague alternativa y gastronómica

Un día decidí cruzar el puente hasta Refshaleøen, una antigua zona industrial transformada en epicentro cultural y gastronómico. Lo mejor es Reffen, un mercado de comida callejera con puestos de todo el mundo. Comí ramen japonés con una cerveza artesanal danesa mientras veía el mar.
También visité Papirøen, donde el ambiente es más artístico. Hay galerías, espacios de coworking y hasta saunas flotantes. Es una cara diferente de la ciudad, más cruda y creativa, donde el reciclaje y la sostenibilidad están presentes en cada rincón.
Museos que no debes perderte: Historia, arte y diseño
Copenhague tiene museos para todos los gustos. A mí me fascinan los espacios donde puedes conectar con la historia de forma visual, así que uno de los que más disfruté fue el Museo Nacional de Dinamarca. Las salas de la época vikinga son alucinantes, llenas de piezas originales que te transportan siglos atrás.
Otro imprescindible es el SMK, o Museo Nacional de Arte, con colecciones desde el Renacimiento hasta arte contemporáneo. Pero si te gusta el diseño, no puedes perderte el Designmuseum Danmark, donde entiendes por qué el diseño danés es famoso en el mundo.
Lo mejor es que todos los museos tienen cafeterías preciosas y muchas veces jardines interiores. Ideal para descansar entre exposiciones y dejarte llevar por la estética nórdica que todo lo inunda.
Moverse por Copenhague: En bici, barco o con Copenhagen Card
Moverse por la ciudad fue parte de la experiencia. Me alquilé una bicicleta con GPS desde el primer día y no me bajé en todo el viaje. Copenhague está diseñada para ciclistas, con carriles por todas partes, semáforos especiales y total respeto entre peatones, coches y bicis.
También tomé un par de veces el barco-bus, una forma distinta y relajante de recorrer los canales. Y si planeas visitar muchos lugares, la Copenhagen Card merece la pena: te incluye transporte público y entrada a más de ochenta atracciones.
Mi consejo: combina bicicleta, caminatas y algún paseo en barco. Es la forma más completa y placentera de descubrir la ciudad.
Consejos para tu viaje a Copenhague
Copenhague no es una ciudad barata, eso está claro. Pero se puede disfrutar con presupuesto moderado si haces algunos ajustes. Por ejemplo, muchos parques, museos y edificios históricos tienen entrada gratuita o días especiales sin costo. La comida callejera (como los puestos en Reffen o Torvehallerne) es sabrosa y más económica que los restaurantes.
El agua del grifo es excelente, así que lleva tu botella reutilizable. Y si te interesa la cultura local, busca actividades en bibliotecas o centros culturales: suelen tener exposiciones, música en vivo o talleres gratuitos.
El clima es cambiante, incluso en verano. Siempre lleva una chaqueta impermeable y prepárate para combinar sol, viento y llovizna en un solo día. Ah, y no olvides algo importante: los daneses son muy educados y respetuosos. Una sonrisa y un “tak” (gracias) abren muchas puertas.
Itinerario sugerido: Qué ver en 1, 2 o 3 días
Si tienes un solo día, enfócate en lo esencial: empieza en Nyhavn, haz el paseo en barco, pasa por la Sirenita y Kastellet, visita Rosenborg y termina la tarde en Tivoli. Es intenso, pero muy disfrutable.
Con dos días, añade Christiania, la Torre Redonda, algún museo como el Nacional o SMK, y tómate el tiempo para pasear por Strøget y los jardines reales. Ya tendrás una visión más completa.
En tres días, ya puedes explorar zonas como Refshaleøen, ir con calma a Amalienborg, comer en Reffen, alquilar una bici y sentirte un local más. Incluso puedes visitar algún castillo en las afueras como Frederiksborg o Kronborg si te organizas bien.
Una ciudad que se queda contigo para siempre
Copenhague no es una ciudad que te abrume. Es una ciudad que se te mete bajo la piel sin que te des cuenta. Su belleza está en los detalles, en la armonía, en la forma de vivir de su gente. Cada día que pasé allí descubrí algo nuevo: una panadería escondida, una calle tranquila con casas de colores, un parque donde todos parecían estar en paz.
Volví con la sensación de haber vivido algo auténtico. Y eso, en un mundo lleno de destinos sobrevendidos, es oro. Así que si te estás preguntando qué ver en Copenhague, mi consejo es claro: ve con calma, con curiosidad, y déjate sorprender. Porque esta ciudad tiene mucho más para ofrecer que lo que cualquier guía puede contar.