Cuando hablamos de asientos verticales en aviones, la primera reacción suele ser de incredulidad: “¿viajar de pie?”. Pero lo cierto es que esta idea ha estado flotando por los pasillos de la industria aérea desde hace más de una década. No se trata de ir literalmente de pie, sino de un diseño de asiento ultracompacto, donde el pasajero permanece en una posición semisentada, con un soporte parecido al sillín de una bicicleta y un respaldo recto, reduciendo el espacio entre filas a apenas 58,4 centímetros.
Esta configuración ha sido impulsada por empresas como Aviointeriors, que desarrolló el concepto Skyrider, actualmente en su versión 3.0. El objetivo es simple: meter más pasajeros en un solo vuelo, reduciendo el espacio entre ellos, el peso total del avión y, por ende, el costo operativo.
En un contexto donde las aerolíneas luchan por mantener la rentabilidad con tarifas agresivas y mercados cada vez más sensibles al precio, el formato vertical se presenta como una solución radical pero viable. Tal como se ha visto en ferias como la Aircraft Interiors Expo, donde se exhiben innovaciones para el interior de aeronaves, el Skyrider se roba la atención: más asientos, menos materiales, menos peso… ¿y menos comodidad?

Aviointeriors asegura que este tipo de asiento permitiría aumentar la capacidad del avión hasta en un 20%, lo que impactaría directamente en el precio de los billetes. Para los viajeros que valoran el ahorro por encima del confort, esta podría ser una propuesta aceptable, especialmente en vuelos cortos de hasta 90 minutos.
Historia de una idea polémica: de Airbus a Aviointeriors
Aunque hoy el Skyrider de Aviointeriors acapara titulares, la idea de un “asiento vertical” no es nueva. Ya en 2003, Airbus registró una patente para un asiento tipo taburete, pensado para maximizar el espacio en la cabina. Era un cilindro angosto con un respaldo ligero, más parecido a un poste de descanso que a una butaca.
En 2009, la aerolínea china Spring Airlines propuso una configuración similar para vuelos domésticos, mientras que en 2012, el carismático y polémico presidente de Ryanair, Michael O’Leary, declaró su intención de instalar estos asientos en vuelos de corta duración, siempre que las autoridades lo permitieran.

Y es que el obstáculo principal no ha sido técnico, sino regulatorio. Las normas internacionales de aviación exigen un espacio mínimo entre asientos (71,12 cm), lo cual pone en jaque la implementación de estos sistemas que proponen apenas 58,42 cm.
En 2010, Aviointeriors presentó la primera versión del Skyrider. La propuesta no cuajó, pero insistieron. En 2018, el diseño volvió con ajustes y menos metal expuesto. Y en 2019, presentaron la versión 3.0 en la feria de Hamburgo. ¿La promesa? Una estructura más limpia visualmente, más ligera, más segura, pero que seguía sosteniéndose sobre el mismo principio: hacer espacio donde ya no lo hay.
Y aunque los medios han presentado este invento como una novedad en 2025, la realidad es que lleva años en el radar. El interés ha resurgido porque los costos operativos de las aerolíneas se han disparado, y cada centímetro cuenta.
Skyrider 3.0: ¿el futuro de los vuelos de bajo costo?
El Skyrider 3.0 es la versión más reciente de esta propuesta, diseñada con la idea de optimizar el espacio, el peso y los costos de operación en vuelos comerciales. En lugar de un asiento tradicional, los pasajeros se apoyan en una especie de montura, con una inclinación que permite repartir el peso del cuerpo entre las piernas y un pequeño soporte inferior.
Según la empresa Aviointeriors, el Skyrider permite acomodar hasta un 20% más de pasajeros por vuelo, con asientos que pesan la mitad que los convencionales y que requieren menos mantenimiento. Para las aerolíneas, esto es música para los oídos.

“La promesa detrás de esta innovación es clara: más pasajeros por vuelo, menos peso, menor consumo de combustible y, por ende, billetes más baratos”. Esta frase resume perfectamente la lógica que sustenta esta propuesta.
Pero ¿y para el usuario? Aquí es donde el debate se enciende. La comodidad siempre ha sido una moneda de cambio en los vuelos low cost, donde el precio bajo implica sacrificar ciertos lujos. Sin embargo, el Skyrider plantea un nuevo límite. Estamos hablando de eliminar casi por completo la noción de “sentarse”, y de reducir actividades básicas como ver una película, leer un libro o acceder al baño.
Incluso si la tecnología cumple con estándares de seguridad, ¿estamos listos culturalmente para asumir este cambio? ¿Es viable convertir el vuelo en una experiencia más cercana al transporte urbano masivo?
¿Quién estaría dispuesto a volar casi de pie?
Esta es, tal vez, la pregunta más incómoda de todas, pero también la más honesta. ¿Quién está dispuesto a volar prácticamente de pie por ahorrar unos euros?
“Hoy volar no es tan barato como antes. La pandemia alteró las economías de escala del sector, el precio del combustible es volátil, y las aerolíneas luchan por mantenerse a flote entre impuestos, tasas aeroportuarias y costos logísticos.” Esto es esencial para entender por qué este tipo de ideas empiezan a parecer razonables en mercados sensibles al precio como Latinoamérica.

En rutas como Bogotá–Medellín o Cartagena–Cali, donde el vuelo dura menos de 90 minutos y el público busca precios asequibles, el Skyrider podría encontrar terreno fértil. Muchos viajeros ya están acostumbrados a condiciones poco cómodas en buses intermunicipales o transporte urbano. Entonces, ¿por qué no aplicarlo a los cielos?
Este tipo de configuraciones podrían atraer especialmente a jóvenes, mochileros, viajeros frecuentes de bajo presupuesto o personas que simplemente quieren llegar sin importar cómo.
Eso sí, hay una delgada línea entre la incomodidad tolerable y la indignidad del pasajero. “Es como viajar de pie en autobús con la espalda apoyada sobre el cristal”.
Ventajas para las aerolíneas… ¿y para los pasajeros?
Desde el punto de vista empresarial, el Skyrider es una mina de oro: más pasajeros por vuelo, menor peso, menor consumo, menor mantenimiento. En un entorno donde las aerolíneas deben lidiar con márgenes cada vez más reducidos, cada centímetro cuadrado optimizado representa millones en ahorros anuales.
Pero para el pasajero, el beneficio es menos claro. ¿Pagarías un 30% menos por viajar casi de pie durante 60 a 90 minutos? Hay quienes dirían que sí, sobre todo si se trata de una escapada rápida o una necesidad urgente.

El ahorro podría ser significativo si se implementa con una lógica de “tarifa base ultra baja” en la que el cliente elige pagar más por un asiento convencional. Así, se amplían las opciones: el que quiere viajar sentado, lo paga, y el que solo quiere llegar barato, pues que vaya de pie como en un autobús.
La gran ventaja del Skyrider es la flexibilidad tarifaria que permite a las aerolíneas, y eso sí podría ser un punto a favor del usuario… siempre que exista la opción de elección.
Implicaciones legales, sociales y éticas
Aquí es donde se complica todo. Las normas actuales de la Administración Federal de Aviación (FAA) y la EASA en Europa imponen requisitos mínimos de espacio, seguridad y evacuación que los Skyrider aún no cumplen completamente. El límite de 71,12 centímetros entre asientos es superado por muy poco por la propuesta de Aviointeriors.
Más allá de la normativa, está la cuestión ética: ¿es justo ofrecer una experiencia tan precaria como parte del transporte aéreo? ¿Dónde se traza la línea entre ahorro y maltrato al cliente?

También existen preocupaciones en torno a la salud: postura forzada, impacto en personas mayores o con movilidad reducida, dificultades en caso de evacuación rápida. Además, ¿cómo se gestionarían los equipajes de mano en una cabina con menos espacio?
Estas dudas deberán ser respondidas no solo por ingenieros, sino por legisladores, médicos y expertos en derechos del consumidor. El desafío no es solo técnico, sino moral.
¿Estamos listos para ceder aún más comodidad por precio?
El Skyrider no es solo una propuesta de diseño; es una declaración de principios sobre hacia dónde podría ir la aviación comercial. En un mundo que busca eficiencia y reducción de precios a toda costa, sacrificar la comodidad podría parecer el siguiente paso lógico.
Pero la aviación no es solo una cuestión de cifras, sino de experiencia humana. Y como tal, debe responder no solo al mercado, sino a la dignidad de quienes viajan.

“Quizás, solo quizás, el futuro de esa democratización consista en volar de pie, pero llegar más lejos.” Esa frase lo resume todo. En este modelo no hay lujos, ni reclinación, ni pantallas. Pero quizás haya más personas volando, conectando regiones, accediendo a oportunidades.
El Skyrider 3.0 aún no está operativo, pero el debate ya está en el aire. Y, tarde o temprano, las aerolíneas, los gobiernos y los pasajeros tendrán que responder: ¿cuánto vale realmente tu asiento?