Bolivia: un país capaz de enarbolar la esencia de la Sudamérica más pura y genuina. En sus entrañas conviven cordilleras imponentes, altiplanos infinitos, selvas indómitas y un crisol de culturas que han resistido el paso del tiempo con una dignidad arrolladora. Este país no se entiende sin sentirlo: sin respirar el aire del Altiplano, sin caminar entre cholitas de bombín en mercados centenarios, sin perderse entre paisajes que parecen de otro planeta.
Bolivia no es un destino fácil. Y no me refiero a qué ver o cómo recorrerlo por libre, sino a cómo vivirlo y comprenderlo. Las cosas no tienen por qué guardar lógica. Para disfrutar realmente de este lugar hay que quitarse la venda de los ojos europeizados y abrirse a las contradicciones, a las preguntas sin respuesta, a la intensidad con que aquí se vive todo. Y ese, precisamente, es el secreto de su magia.

Viajar por Bolivia es recorrer paisajes imposibles, sentir el soroche, hablar con quienes aún conservan las lenguas que nacieron antes del castellano y descubrir ciudades tan únicas como La Paz o Sucre. Es respirar historia viva, es mirar atrás y entender por qué te enamoras de este país sin darte cuenta.
Lo mejor que ver en Bolivia: los lugares que marcarán tu viaje
Este artículo no es solo una lista de sitios turísticos. Es una carta de amor escrita desde la experiencia, desde el polvo en los zapatos y la emoción en los ojos. Bolivia tiene una decena de lugares que, si los recorres con el corazón abierto, te marcarán para siempre. Te cuento los más impresionantes.
La Paz y El Alto: dos caras de una ciudad de altura
La Paz, bienvenidos a la “no capital” más alta del mundo. De los 3200 metros en su punto más bajo, donde está el casco viejo hasta sobrepasar los 4000 en El Alto, esta ciudad se encarama a las montañas con una fuerza inusitada. Es un agujero superpoblado donde hasta la última pared de la ladera tiene viviendas.
Confundida históricamente como capital de Bolivia, La Paz es en realidad la capital administrativa del país. Caótica y colorida, con sus más de 700.000 habitantes, es una amalgama cultural y un hervidero de personas donde las diversas etnias del país llenan las calles de olores, sabores y sonidos. Porque La Paz es caos y sorpresas por doquier.

Por nada del mundo puedes perderte la experiencia de recorrer la ciudad en sus líneas de teleférico, que ofrecen vistas panorámicas extraordinarias. Y subir, valga la redundancia, hasta El Alto, la ciudad vecina, ubicada a más de 4.000 metros. Es el sitio para descubrir los cholets, esos edificios comerciales coronados por extravagantes chalets que son una oda a la arquitectura andina contemporánea.
El Alto está lleno de mercados, comercios, talleres, y fábricas. Desde los años 80, los cholos, provenientes de otras provincias, hicieron crecer esta ciudad. De hecho, la palabra cholet es la fusión de cholo y chalet.

Si has aliviado el soroche, no dejes de caminar el entramado de calles coloniales del centro, con la Plaza Murillo y la imponente Plaza de San Francisco como referentes. El Mercado de las Brujas, con sus fetos de llamas y pócimas, es una parada obligada, aunque solo sea por curiosidad.
El Salar de Uyuni: un desierto de otro planeta
No nos engañemos. Muchos viajeros llegamos a Bolivia buscando este lugar. El Salar de Uyuni ofrece uno de los panoramas más bellos y extraterrestres del planeta. Más de un millón de hectáreas de sal blanca y cielo reflejado donde las perspectivas se disuelven y el horizonte se vuelve una ilusión óptica.
Visitar el Salar de Uyuni no solo es una de las mejores cosas que hacer en Bolivia, sino que nos atreveríamos a decir que es de lo mejorcito que disfrutar en toda Sudamérica y si me apuras… en el mundo entero.

Nosotros fuimos en bus nocturno desde La Paz a Uyuni y allí ya teníamos contratado un tour de 3 días y 2 noches por el Salar de Uyuni y la Reserva Nacional Eduardo Avaroa. Esta última a menudo queda olvidada, pero también tiene mucho encanto: lagunas de colores, paisajes de otro planeta, géiseres y esculturas naturales de rocas súper curiosas.
En tu excursión pasarás por el Cementerio de Trenes, la Isla Incahuasi (repleta de cactus gigantes), y si tienes suerte, te tocará un día de esos en los que el salar está cubierto por una delgada capa de agua que convierte el paisaje en un gigantesco espejo.

Es imprescindible abrigarse bien y llegar de madrugada para no perderse un amanecer de escándalo sobre los pilares de sal. Las fotos que se toman aquí parecen sacadas de una película de ciencia ficción.
Copacabana y el Lago Titicaca
Suena a destino en Brasil, pero nada más lejos. Copacabana es el pueblo boliviano a orillas del Lago Titicaca, el más alto del mundo (3.812 msnm), compartido con Perú. Aquí comienza una de las experiencias más mágicas del viaje: visitar la Isla del Sol y la Isla de la Luna.

La Isla del Sol es famosa por sus yacimientos incas, donde destacan las ruinas laberínticas de Chincana o la escalera del Inca, que según la leyenda conducía a una fuente que alargaba la vida a quien bebiese de ella. Aquí nació el esplendoroso Imperio Inca, según la mitología andina.
El puerto principal del lado boliviano es Copacabana, ciudad turística con una importante afluencia de viajeros, sobre todo mochileros, que hacen el camino de subida o de bajada en su largo periplo sudamericano. Es un punto de encuentro para todos. En sus calles se respira la mezcla entre la devoción cristiana y la espiritualidad andina.

Copacabana nos ha parecido la parada perfecta para relajarse tras tanto trajín. Y ojo, no solo encuentras relax y descanso. También puedes navegar, hacer rutas de senderismo, o simplemente perderte en sus calles llenas de energía.
Sucre, la verdadera capital de Bolivia
Pregunta de examen: “¿Cuál es la capital de Bolivia?”. Todo el mundo escribe sin dudar… ¡LA PAZ! Y entonces suspendemos porque la respuesta NO ES CORRECTA. En realidad, la capital constitucional de Bolivia es Sucre. Esta joya colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, respira historia desde cada esquina.

Sucre es blanca, luminosa y serena. Caminar por sus calles empedradas es viajar al pasado, a la época en que aquí se gestaban las primeras ideas de independencia del continente. La ciudad conserva edificios magníficos como la Casa de la Libertad, donde se firmó la declaración de independencia boliviana, la Universidad San Francisco Xavier, una de las más antiguas de América, y una red de iglesias y conventos coloniales que embellecen su perfil.
El ambiente aquí es distinto al de La Paz. Hay menos caos, más calma. Una ciudad perfecta para quedarse varios días, sumergirse en su vida cotidiana y disfrutar de su gastronomía.

Sucre es también una base excelente para explorar los alrededores, como el yacimiento de huellas de dinosaurios en Cal Orcko o los pueblos indígenas que rodean la ciudad. Y por las noches, el centro se llena de vida, con cafés, terrazas y pequeñas peñas donde la música tradicional sigue vibrando.
Potosí y su Cerro Rico: viaje al corazón de la minería
Si hay un lugar donde se puede entender el saqueo colonial que sufrió Bolivia y el precio humano del desarrollo europeo, ese es Potosí. Situada a más de 4.000 metros de altitud, esta ciudad fue durante siglos una de las más ricas del planeta gracias a las toneladas de plata extraídas del Cerro Rico, esa montaña que aún hoy parece vigilar todo lo que ocurre en la ciudad.

Visitar Potosí es enfrentarse a una historia dolorosa pero necesaria. Miles de indígenas murieron en las entrañas del Cerro Rico durante la época colonial. Las minas aún hoy están activas, pero ahora gestionadas por cooperativas locales. Puedes realizar una visita guiada a las minas (siempre con respeto y conciencia), donde entenderás el trabajo brutal que se sigue realizando en condiciones extremas.
Más allá de su historia minera, Potosí ofrece una arquitectura impresionante: la Casa de la Moneda, las iglesias barrocas, los monasterios que cuentan historias de poder y resistencia.

Y luego está su gente, curtida por la altitud y la historia, amable y directa. En Potosí sentí por primera vez cómo el pasado pesa en el presente, cómo la riqueza y la pobreza pueden convivir en el mismo espacio, en las mismas calles. Es una ciudad incómoda y fascinante, una parada esencial para entender Bolivia.
Santa Cruz de la Sierra y el oriente boliviano
Mientras que la mayoría de imágenes de Bolivia evocan montañas, salares y ciudades a gran altitud, en el este del país se extiende una realidad muy distinta: la de las tierras bajas, el calor húmedo, la vegetación exuberante y un ritmo de vida más relajado.

Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más grande del país, es un ejemplo claro de este contraste. Moderna, expansiva, y con un aire casi tropical, ha crecido con fuerza en las últimas décadas, convirtiéndose en el motor económico de Bolivia. Aquí se mezclan los rascacielos con barrios populares, los cafés hipster con mercados tradicionales, y la modernidad con la cultura cruceña más auténtica.
Santa Cruz es también la puerta de entrada a lugares sorprendentes como las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, declaradas Patrimonio de la Humanidad por su fusión única de arte barroco y tradiciones indígenas. O al Parque Nacional Amboró, un paraíso de biodiversidad con más de 900 especies de aves, selvas y montañas cubiertas de niebla.

Si bien no tiene el misticismo del Altiplano, el oriente boliviano ofrece una Bolivia más cálida y menos explorada, con otra identidad cultural y muchas sorpresas que rompen todos los estereotipos.
La Amazonía boliviana
Muchos viajeros no saben que Bolivia también es parte del pulmón verde del planeta. La región amazónica boliviana, menos explotada que en Brasil o Perú, guarda algunos de los rincones más vírgenes del continente.

Desde la ciudad de Rurrenabaque, puedes adentrarte en dos mundos distintos: el de la Pampa, con su fauna exuberante (anacondas, caimanes, delfines rosados), y el de la Selva, con comunidades indígenas que conservan una sabiduría ancestral y guían caminatas a través de un ecosistema alucinante.
Es un lugar para dejarse llevar. Para desconectar del ruido y entender el vínculo que las comunidades mantienen con la naturaleza. Aquí todo respira un ritmo propio: el de los monos aulladores, el del río que se abre paso entre raíces y lianas, el de las noches estrelladas donde se apaga el mundo moderno y se enciende la vida real.

La Amazonía boliviana es uno de los mejores ejemplos de sostenibilidad cultural y ecológica. Un lugar donde aún se puede soñar con un turismo respetuoso, consciente y transformador.
La Carretera de la Muerte
A la ruta que va a los Yungas desde La Paz le dicen “la Carretera de la Muerte”. Y no es para menos. Este tramo de 80 kilómetros es uno de los más famosos del planeta por su peligrosidad, pero también por la increíble experiencia que supone recorrerlo.

No hay documental o reportaje sobre carreteras peligrosas que no mencione este lugar. Durante gran parte del recorrido, uno tiene la permanente sensación de que podría caer al vacío en cualquier momento. Algunos tramos rozan los 800 metros de precipicio, con el camino colgando literalmente de la ladera. Y sin asfalto. Aquí lo que hay es grava, neblina, curvas cerradas y emoción al límite.
Se parte desde La Cumbre, a más de 4000 metros de altitud, y en apenas unas horas se baja un desnivel de 3600 metros. El contraste térmico es brutal: empiezas abrigado como un alpinista y terminas empapado de sudor tropical.

¿Es peligrosa? Sin duda. ¿Es popular? También. Muchos aventureros consideran esta bajada como una de las experiencias más emocionantes de toda Sudamérica. Pasar al borde de barrancos, esquivar piedras, cruzar cascadas y ver cómo cambia el paisaje en cada curva es adrenalina pura.
Eso sí: elige bien la agencia, busca referencias, asegúrate de que te ofrecen equipo en condiciones y guías profesionales.
El Valle de la Luna: paisajes que no parecen de este planeta
Muy cerca de La Paz se esconde un rincón que, aunque no tenga los picos nevados ni el bullicio de la ciudad, impresiona de una forma completamente distinta: el Valle de la Luna.

Se trata de una formación geológica singular, un laberinto de estalagmitas de tierra seca y erosionada que crea un escenario que parece sacado de Marte o de una maqueta surrealista. No sabemos si es exactamente como la Luna, pero desde luego, este rincón boliviano merece ser visitado.
El paisaje se originó por la erosión de las montañas de arcilla, que con el paso del tiempo han dado forma a agujas afiladas y extrañas columnas. Caminar por sus senderos es caminar por otro mundo, con el viento silbando entre las formaciones y una sensación constante de irrealidad.

Hay varios circuitos señalizados y miradores espectaculares. La luz del atardecer tiñe de oro y rojo las formaciones, haciendo que las fotos parezcan más pintura que realidad. Lo mejor: está a tan solo 10 kilómetros del centro de La Paz, por lo que es una excursión perfecta para media jornada.
Reserva Nacional Eduardo Avaroa
Si hay un lugar que completa, y a veces supera, al famoso Salar de Uyuni, es la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, al sur del país, en la frontera con Chile.
Aquí todo está en mayúsculas. Todo es extremo. Desde planicies a 4000 metros donde juegan vicuñas y guanacos, hasta lagunas de colores imposibles, pasando por volcanes humeantes, géiseres activos y formaciones de roca que parecen esculpidas por Dalí.

Este es el lugar donde entendí lo que significa el verdadero altiplano andino. Un territorio donde el frío cala hasta los huesos por la noche y donde necesitas varias mantas para dormir en los refugios. Donde el silencio lo rompe el viento y donde los flamencos resisten temperaturas gélidas posados en lagunas surrealistas.
Entre los hitos de la reserva están la Laguna Colorada, teñida por microorganismos y repleta de flamencos; la Laguna Verde, a los pies del imponente volcán Licancabur; los géiseres del Sol de la Mañana, donde el barro arde y burbujea a centímetros de ti; y el icónico Árbol de Piedra, una escultura natural erosionada por el viento.

Esta zona se visita normalmente como parte del tour por el Salar de Uyuni, y créeme, vale cada boliviano que cuesta. No solo por lo que se ve, sino por lo que se siente. Es uno de esos lugares donde la palabra “viaje” adquiere su sentido más profundo.
Las ruinas de Tiahuanaco
A menudo, cuando se habla de civilizaciones precolombinas, todo se resume en los incas. Pero mucho antes de que ellos levantaran su imperio, ya existía un pueblo con un conocimiento asombroso del cosmos, la arquitectura y la organización social: la civilización de Tiahuanaco (o Tiwanaku).

Se dice que surgió en el año 1580 a.C. y se extendió durante más de 25 siglos, abarcando buena parte del altiplano boliviano, el sur de Perú y el norte de Chile. Su centro ceremonial, ubicado a unos 15 km del Lago Titicaca, es hoy Patrimonio de la Humanidad.
Allí se conservan restos de templos, palacios, pirámides y, sobre todo, monolitos colosales que parecen una versión andina de los moáis de Isla de Pascua. El más impresionante es el Monolito Bennett, de más de 7 metros de altura. También destacan la Puerta del Sol y la Puerta de la Luna, que muestran una alineación astronómica tan precisa que deja boquiabierto a cualquiera.

Todos y cada uno de sus templos o palacios están orientados en función de los astros, con reflejo exacto de equinoccios y solsticios. Aquí uno entiende hasta qué punto la cosmovisión andina no era solo simbólica, sino también científica.
Consejos prácticos para viajar por Bolivia por tu cuenta
Viajar por Bolivia no es solo una cuestión de destino, sino también de actitud. No es un país para quienes buscan comodidad absoluta, pero sí para quienes desean autenticidad.
Aquí van algunos consejos clave que me ayudaron a disfrutar del país:
- Prepárate para el soroche (mal de altura): sube despacio, y escucha a tu cuerpo.
- Transporte: los buses son la forma más común de moverse. Hay rutas nocturnas, pero cuidado con las carreteras de montaña.
- Seguridad: en general, Bolivia es un país seguro para los viajeros, pero hay que estar atentos en las ciudades grandes. No muestres objetos de valor.
- Regatea con respeto: en mercados y taxis es común negociar precios.
- Internet: no es el mejor del mundo, pero hay buena conexión en cafés y en los alojamientos de las principales ciudades.
- Viaja con seguro: especialmente si planeas actividades en altura o en zonas remotas como el Salar o la Amazonía.
Y sobre todo: mantente abierto. Bolivia no se adapta a ti, eres tú quien debe adaptarse a ella. Y cuando lo haces… el país te recompensa con una intensidad difícil de encontrar en otros lugares.
Bolivia no se visita, se vive
Como ves, son razones más que suficientes para que tenga a Bolivia en mi recuerdo como uno de los destinos viajeros más increíbles y emocionales en los que he estado en toda mi vida. Siempre he pensado que Bolivia tiene un pedacito de todos los porqués que hicieron que hace ya algún tiempo me pusiera la mochila al hombro para recorrer América sin billete de vuelta.

Bolivia juega con la bendita peculiaridad de ser multiétnica, un gran pueblo de pueblos en los que los nativos suman más del 50% de los habitantes. Ahí nace y muere la complejidad boliviana, el lamento de unos tiempos que no siempre fueron buenos, pero que les ha hecho aún más fuertes para mantener la singularidad de ser el alma de Sudamérica.
No es un destino fácil, y quizás por eso deja huella. Aquí se viene a desaprender, a sentir, a mirar con otros ojos. Aquí se viene a dejarse llevar por el viento andino, por la arena del desierto, por las aguas del Titicaca, por el silencio del salar, por el bullicio de La Paz y por la selva que respira en la Amazonía.
Si te gusta viajar de verdad, con todo lo que eso implica, Bolivia es tu lugar.